Por Lautaro Peñaflor Zangara
La idea que da título a esta columna pertenece al filósofo Paul B. Preciado y, en su contexto original, corresponde a su análisis del mundo a partir de la pandemia. Luego del coronavirus y los consecuentes esquemas de confinamiento, los entornos digitales -preexistentes, por cierto- se volvieron inexcusables.
De pronto, la amplificación de su presencia a la inmensa mayoría de la sociedad vuelve necesario observar y pensar acerca de qué características imponen a la socialidad y cómo conviven con lo que es llamado “mundo real” (como si lo otro no lo fuera).
Los protocolos sociales que se desprenden de la virtualidad tienen características y conllevan implicancias que exceden el ámbito personal, y que comienzan a ser visibles en los ámbitos colectivos y hasta políticos.
Parece reunir cierto consenso la idea de que lo online promueve culturas y sociedades fragmentarias. Es decir, que cuesta encontrar lazos comunitarios cohesivos. Esto, en parte, puede deberse a que en este nuevo paradigma todos tenemos a mano exactamente aquello que queremos leer, ver, escuchar, pensar.
Así, interactuamos principalmente con la noticia que coincide con nuestro pensamiento, formamos parte de grupos con personas que se parecen a nosotros, generamos lazos (más o menos débiles) con subjetividades similares a las nuestras. Este panorama va generando lo que se llaman sociedades “narrow minded”, o de mentalidad estrecha.
¿Por qué? Porque, si observamos el fenómeno desde la óptica inversa, es notorio que se van dejando de generar vínculos dialógicos con personas que no se nos parecen tanto, al menos a simple vista. Con la posverdad como modelo de conocimiento, esta era se configura como la del “elijo creer”. Desde alguna forma de fe hasta el negacionismo respecto a aspectos como que la Tierra es redonda, qué es el coronavirus o el cambio climático, todo parece ser una cuestión de creencias.
Si todos existimos en nuestra burbuja, difícilmente alguien alguna vez nos diga que estamos equivocados. ¿Y si nos lo dicen? ¿Y si fácticamente se da algún hecho que lo pone en nuestra cara? ¿En qué medida tiene este estado de cosas alguna implicancia respecto a cápsulas violentas que hemos visto suceder y que parecen repetirse cada vez más seguido? Es, al menos, una pregunta válida.
En Internet la identidad se configura de una manera diferente. Es posible crear cuentas con nombres falsos y avatares que no se corresponden con nuestra imagen. De esta forma, se han posibilitado modalidades de respuesta ante quien públicamente expresa una opinión contraria a su creencia.
No son pocos los ejemplos que podemos nombrar en los que se han generado réplicas vinculadas con el ciberacoso, la difusión de datos o fotos privados, reacciones machistas y actos de profunda crueldad, sólo para deslegitimar a quien expresa algo diferente.
Estas lógicas han llegado al ámbito político. Con el arribo de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, varias de estas comunidades encontraron un referente y una posibilidad de pasar a la acción. De esta forma, cierta irreverencia desde las ideas violentas se fue volviendo cada vez más habitual. Comenzaron a disputar la llamada “batalla cultural”, pero con memes (sí, con memes). A Brasil llegó Bolsonaro y en Argentina puede ganar Javier Milei.
Con “el Estado” y “los zurdos” como enemigos de estas formas de populismo, toda aquella persona que exprese un atisbo de progresismo en su idiosincrasia debe ser combatida. “La justicia social es una aberración”, dijo el libertario argentino el 14 de agosto. En Estados Unidos hablan sarcásticamente de “social justice warrior”. ¿Coincidencia?
Las llamadas “izquierdas”, mientras tanto, han quedado encerradas en una suerte de laberinto paradójico: la potencia de la disrupción ahora la detentan las ideas conservadoras y quienes otrora cuestionaban la realidad, ocupan la defensiva de un status quo que tampoco logra convencer.
Sobre el autor
Soy Lautaro Peñaflor Zangara, periodista y comunicador. Nací en Carhué, una ciudad chiquita en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Me gusta mucho leer. Tengo una relación complicada con el café instantáneo. Vivo con dos gatitos: Muna y Timoteo.
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