Argentina tiene un problema de inflación crónica, al punto que la historia de las últimas décadas pueden contarse a través de qué pasó con el aumento de precios. ¿Estamos acostumbrados/as a vivir con inflación? ¿Qué habilidades hemos desarrollado a raíz de este contexto? ¿Forma la inflación parte de nuestra identidad? En el multiverso de la inflación de nuestro país, cada respuesta es un mundo.
Por Lautaro Peñaflor Zangara
Superpoderes, villanos, traumas, extrañas habilidades y hasta una guerra. La saga de la inflación en Argentina lo tiene todo. El relato permanente acerca de la suba de precios en Argentina, prácticamente una constante de las últimas décadas, fluctúa en dos caminos: el aumento del costo de vida y las explicaciones macroeconómicas que buscan “la causa” o caen en la cómoda fórmula, casi cliché, del “es complejo”.
A esta altura del partido, todas las personas que habitamos el suelo argentino hemos generado un vínculo con la inflación. Como un mal momento o un trauma, convivir con el descalabro de precios nos ha forjado el carácter y nos ha enseñado cosas, porque es parte inexcusable de nuestra vida vital colectiva, pero también individual.
Recuerdo hace unos meses haber escuchado una entrevista periodística a una joven argentina que ahora reside en Inglaterra. Entre las anécdotas que relataba acerca de cómo es vivir allá, contó que luego de algunos meses de observar que su paga nunca subía, comenzó a inquietarse... hasta que se dio cuenta de que tampoco subían sus gastos. Altas dosis de argentinismo en sangre.
Nos hemos olvidado lo que es vivir sin ir al supermercado y que un artículo no sea más caro que la semana anterior. Sin esperar a la siguiente paritaria porque el sueldo se diluye, si es que en el trabajo que realizamos existe paritaria. Sin la sensación de no saber si lo que pagamos es caro, barato o está en precio.
Días de descuento, promociones y reintegros se volvieron habituales en nuestro día a día.
Para este artículo, distintas personas voluntariamente respondieron algunas preguntas, con el objetivo de conocer cuáles son sus sensaciones acerca de la inflación, sin romantizarla, pero con la presunción de que ya es como parte de nuestras familias. Así, solo el 6,9% de quienes contestaron consideraron no estar acostumbrados a vivir con ella. El 41,4% dijo que sí y el 51,7%, aunque también respondió afirmativamente, agregó que aún le cuesta en algunas cosas.
Para el economista, periodista y docente Juan Manuel Telechea, autor del libro “¡Inflación! ¿Por qué Argentina no se la puede sacar de encima?”, existe lo que llama memoria de la inflación. “A medida que vos tenés una inflación que se mantiene en el tiempo, eso va modificando las conductas de las personas. Básicamente, la gente se adapta al entorno, por ejemplo, las personas tratando de defender sus ahorros ahorrando en dólares, las empresas remarcando precios por las dudas. Todo eso lleva a que el proceso se retroalimente y a que se haga persistente”, contó a Distopía.
Para Telechea “el problema de Argentina es prácticamente único en el mundo”. “Lo que hoy se conoce como un caso de inflación crónica, es decir, un caso donde la inflación es persistentemente alta durante varios años. Si vos tomás la inflación de los últimos diez años y te fijás cuántos países tuvieron una inflación superior al 20% todos esos años, solamente hubo dos: Argentina y Venezuela. Ahí hay una respuesta empírica para eso”, consideró.
Juan Manuel Telechea. Economista, periodista y docente.
X:@JMTelechea
La gran pregunta es por qué. El economista encuentra dos explicaciones: la mencionada memoria de la inflación y un proceso histórico. “La cuestión es entender que Argentina tiene un proceso inflacionario histórico. En los últimos 50 años uno se encuentra con que también somos el país que lidera ese ranking. Eso básicamente, para mí, se explica por un componente macroeconómico, vinculado con la dificultad para sostener el tipo de cambio y para mantener más o menos equilibradas las cuentas fiscales. Y, por otro lado, lo que yo llamo la memoria de la inflación”, explicó.
Un doctorado honoris causa
En la ciudad de Buenos Aires, en Barrio Norte, visité una feria enorme de indumentaria, realmente gigante. Dos pisos. El de abajo, un pasillo largo con por lo menos tres filas de percheros repletos de prendas. El de arriba, con muchas mesas cubiertas de montañas de artículos desordenados y una parte especial para zapatos. Un par al lado del otro, muchísimos pares. Imaginémonos cambiar los precios de toda esa inmensa cantidad de ropa.
La solución fue ingeniosa. Crearon un sistema de equis (X). En el momento en el que yo la visité, cada una valía $700 según explicaba una pizarra en la entrada. Toda la ropa disponible estaba marcada con la cantidad de X que valían. Desde una hasta 30. De esa manera, bastaba con cambiar la información de la entrada y no precio por precio de cada una de ese inventario monstruosamente grande.
El sistema de "X" domina en el lugar: determina el precio de los artículos y a partir de cuántas está permitido utilizar los probadores.
Pensé en cuántas de esas estrategias ya empleamos cotidianamente. En el multiverso de la inflación, cada una de esas artimañas es un mundo. Todos, todas hacemos lo que está a nuestro alcance. Ante la pregunta de qué estrategias han detectado en comercios tradicionales o virtuales para adaptarse al cambio de precios, nuestros encuestados señalaron varias.
La primera de ellas es no informar los precios en góndolas o líneas de cajas. También generar promociones o mayor publicidad, con los famosos días de descuentos o reintegros a la cabeza. Asimismo, aparecieron las codificaciones como el sistema de equis de la feria. Los aumentos de precios “por las dudas”, el fomento del pago contado y las ofertas por cantidad fueron otras de las respuestas.
A la inversa, frente a la pregunta de qué destrezas o habilidades han incorporado por vivir en un contexto inflacionario que, de otra manera, no hubiesen desarrollado, los participantes también dieron respuestas interesantes.
La administración, la búsqueda de precios y el aprovechamiento de las promociones o días de compra fueron las más habituales. También aparecieron la creatividad y la flexibilidad. Los cálculos y el razonamiento deductivo/matemático surgieron como parte de ese acervo de destrezas. Conceptos como “segundas marcas”, “cálculo de intereses” y hasta “sistema capitalista” surgen ante esta pregunta.
¿Cuánto hay de especulación? Juan Manuel Telechea dice no creer que “las explicaciones como la especulación o las cuestiones culturales o el hecho de que las empresas sean, de alguna manera, muy poderosas y eso les permita trasladar a los precios, lo que se conoce como inflación monopólica, sean precisas o correctas”.
“Pueden explicar algún aumento de precios en algún momento puntual del tiempo, pero no un proceso inflacionario, que es el aumento sostenido de los precios. Básicamente, porque justamente son episodios que se dan, pueden las empresas remarcar demás en algún momento, pero para que eso sea el principal motor de la inflación eso tiene que ser persistente, vos tenés que ver que todo el tiempo las empresas estén aumentando los precios, remarcando, y que el margen de ganancias se incremente de manera sostenida, lo que es matemáticamente y políticamente imposible”, agregó.
La iconografía nos recuerda que los precios cambian todo el tiempo. Advertencias del estilo “consultar precios en caja” se volvieron habituales, al igual que las pizarras detallando qué día hay qué porcentaje de descuento con qué banco o billetera virtual. Las cartas físicas de los cafés acumulan una etiqueta sobre la otra de tanto que han modificado sus precios.
Las universidades suelen distinguir como “doctor honoris causa” a las personas que han tenido méritos sobresalientes. Que los tenemos, los tenemos.
Guerra contra la inflación
Desde el regreso de la democracia, sin olvidar la dictadura genocida, las etapas históricas argentinas pueden relatarse a través de lo que pasó con la inflación. A modo de apretadísima síntesis no exhaustiva, el gobierno alfonsinista, el de la primavera democrática, terminó en hiperinflación. Decantó en la convertibilidad y la frívola década de 1990, la farsa del uno a uno y la crisis del 2001, con la explosión de lo que había sido la ilusión menemista, hoy tan reivindicada como resistida.
El kirchnerismo encontró en la inflación un obstáculo, aunque con cifras que hoy cualquier candidato firmaría sin pensar. Durante estos gobiernos, las cifras del INDEC fueron duramente cuestionadas. Con la llegada del macrismo llegó otra gran escalada inflacionaria, que no se detuvo en la gestión actual, acuerdo con el Fondo Monetario Internacional mediante.
El pico épico, sin embargo, forma parte de toda buena historia. El 15 de marzo de 2022 el presidente Alberto Fernández le declaró la guerra a la inflación. Sí, la guerra.
La pandemia de coronavirus estaba siendo pretendidamente olvidada y se iban las analogías vinculadas con las vacunas, las inoculaciones, los anticuerpos, las enfermedades. En cambio, el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania ganaba la agenda. El presidente no se aguantó las ganas y en las redes sociales no se aguantaron los memes…
Toda buena historia también tiene sus elementos de comedia.
Nuestra nube
¿Qué palabras relacionamos con la inflación? Nuestros consultados respondieron de manera diversa, pero tres términos tomaron la delantera: precios, pobreza e incertidumbre. Más atrás quedaron alimentos, sobreprecios, sueldos, hambre, crisis y aumentos.
En la nube de palabras que se forma podemos distinguir tres grandes grupos: aquellas que tienen que ver con la economía doméstica o de todos los días fueron las más mencionadas. Surgieron, además de las mencionadas, expresiones como prepaga, vacaciones, trabajo, explotación, ahorro, plata, sacrificio, paritarias y alquiler.
El segundo grupo reúne aquellos términos vinculados con la macroeconomía o la política económica. Sobreprecios, hambre, crisis, indigencia, decisión, incontrolable, dólar, corrupción, desgobierno y especulación aparecieron en este apartado.
Finalmente, las palabras de la tercera categoría tienen que ver con lo que podríamos considerar efectos psicológicos de la inflación: incertidumbre, depresión, amargura, desgano, bronca, desesperanza, impotencia, sobrevivencia y complicaciones están aquí.
Evidentemente, convivir con todo esto desde hace décadas tiene que habernos influido de distintas maneras. También podemos considerar que estas categorías interactúan entre sí: estas emociones y estas condiciones materiales de vida deben repercutir en la lectura sobre la política y forman parte del gran marco contextual que nos toca transitar, nuestra nube. Pero no sólo de palabras.
¿Final feliz?
¿Quién no pensó alguna vez si la inflación tendría fin en Argentina? La última pregunta realizada a quienes deseaban colaborar con este artículo, justamente, fue si creen posible que baje la inflación en Argentina. El 67% fue optimista y consideró que sí, mientras que el 29% dijo que no y el 4% se mostró escéptico y eligió “no sé”.
La gran cuestión llegaría ante la segunda parte: qué es necesario que suceda para que baje la inflación.
Desde “se puede, es una cuestión de decisión política” hasta “imposible, terminar con el Estado”, las respuestas fueron variopintas. A continuación, algunas de ellas:
“Confianza del mercado en la política”
“No, ni con dolarización”
“Es posible, hemos tenido épocas mejores. No sé qué sea necesario, pero no votar a Milei seguro”.
“Reactivación económica”
“Se puede si se nacionalizara la banca y el comercio exterior para que se dejen de fugar los capitales, pagando sueldos de dos mangos”
“Tal vez invertir en áreas correctas”
“Un cambio radical en las políticas económicas”
“Que el país empiece a producir”
“Un cambio drástico en la forma de reclamar de la gente”
“Dejar de emitir dinero, bajar gasto público”
“Un plan de gobierno verdaderamente peronista”
“Dirigentes serios y responsables”
“Que ingresen más dólares”
“Políticas que favorezcan el mercado interno”
“Hay que aflojar con la emisión monetaria y encontrar una manera de bajar el gasto público. La pregunta es dónde achicamos”
“Si otros países pueden, deberíamos poder también nosotros”
“No es posible teniendo un gobierno corrupto e ineficiente en lo que respecta a economía”
“Socialización de los medios de producción”
En el multiverso de la inflación en la Argentina cada persona es un universo y en cada uno de ellos, la experiencia es completamente subjetiva. Diferentes diagnósticos, distintas experiencias vitales, diversas habilidades adquiridas… y tantos finales como individuos.
¿Qué opina Juan Manuel Telechea? “Yo creo que la manera de bajar la inflación es con un plan de estabilización. Las herramientas tradicionales no alcanzan. Tenés que atacar todos los problemas al mismo tiempo. Tenés que acomodar el tipo de cambio, tenés que ajustarlo, tenés que reducir el déficit, pero fundamentalmente por el tema del financiamiento. La inyección de pesos que, justamente, va contra la compra de dólares y, al no tener dólares, eso le mete presión al tipo de cambio”, comenzó.
“Tenés que aumentar la tasa de interés. Y tenés que atacar los componentes de la memoria. Coordinar precios con salarios, las paritarias, incentivar a los ahorristas a que ahorren en moneda local, desarrollar el mercado financiero. Son varias medidas que hay que hacer de manera conjunta, en lo que podríamos denominar un plan de estabilización”, concluyó.
¿Final feliz? Por lo pronto, el final es abierto.
Sobre el autor
Soy Lautaro Peñaflor Zangara, periodista y comunicador. Nací en Carhué, una ciudad chiquita en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Me gusta mucho leer. Tengo una relación complicada con el café instantáneo. Vivo con dos gatitos: Muna y Timoteo.
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