“La cárcel es una experiencia de la que nunca se sale”
- Lautaro Peñaflor
- 24 dic 2024
- 7 Min. de lectura
Disclamer: hoy hay #MuchoTexto. Vamos a hablar de prisiones, de condiciones de detención, de privilegios y de cómo, ante la erosión de las condiciones de vida de las mayorías, quienes antes estaban marginados, hoy directamente están olvidados.

Por Lautaro Peñaflor Zangara
(Este artículo fue publicado originalmente en el newsletter "1984, el ojo que todo lo ve" el 29 de octubre de 2024)
La frase que nos titula, la dijo nada más y nada menos que Jorge Luis Borges, seguramente en un sentido muy diferente al que le daremos hoy. El “1984” de este miércoles tiene un punto de partida un poco personal, porque mi visión al respecto fue cambiando a medida que yo también lo fui haciendo. Habrán notado en el título que vamos a hablar de cárceles, de prisiones, de contextos de encierro.
Cuando egresé del secundario, empecé a estudiar abogacía. Aunque de a poco me fui yendo del mundo del derecho para ingresar en el de la comunicación, mentiría si dijese que no me resultó provechosa la experiencia estudiando leyes -normas jurídicas, en este caso- unos cuantos años.
Es probable que la mejor enseñanza que me haya llevado de allí haya sido la visión crítica acerca de qué son y con qué lógica funciona el ordenamiento jurídico. Todo ordenamiento jurídico, y también de los dispositivos y las instituciones que los vuelven funcionales, porque cargan con un sesgo de origen.
Desde aquel momento comprendí que las leyes parten desde una visión del mundo, que son una cuestión de poder, que son falibles, que hay cierto sentido del mundo para el que jamás legislarán. Aunque, a priori, el sentido común tiende a asignarle carácter cuasi sacro a las leyes, por sí mismas son bastante inocuas si otras fuerzas no operan para que aquello que prescriben sea virtuoso.
¿Cuántos problemas los gobiernos anuncian “solucionar” enviando leyes a los congresos y no se solucionan? ¿De cuántos temas existen leyes que están olvidadas? ¿Qué actores sociales jamás estuvieron ni estarán protegidos por la ley?
Cuando fui a la cárcel
Estudiando abogacía fui a una cárcel por primera vez: la Unidad Penal N°4 de Villa Floresta, en Bahía Blanca. Participé de un voluntariado, junto con una amiga (ella sí se recibió de abogada y se dedica al derecho con mucho éxito de una forma súper creativa) en el cual semanalmente nos entrevistábamos con personas presas, quienes nos hacían consultas sobre sus procesos y, en la siguiente visita, intentábamos llevarles alguna respuesta, habiendo ido a la Defensoría a averiguar, por ejemplo.
La interpelación que sentí fue automática, pero tardé bastante tiempo en comprenderla y transformarla en algo. Me pareció sumamente impactante estar frente a frente con un preso que tenía prácticamente la misma edad que yo, o incluso algún año menos, y que él esté en ese lugar y yo en el otro.
En mi caso, lo único que tenía que hacer en la vida era estudiar. Mientras tanto, un chico de la misma edad que yo me consultaba cuándo iría el médico a la cárcel porque se había lastimado con un vidrio y nadie había hecho nada. Yo, aspirante de abogado en ese momento, formaba parte voluntaria de una cadena burocrática que tenía que ir a la defensoría en la semana, esperar que alguien se dignara a darme una respuesta, y llevársela a la semana siguiente. La burocracia no fue creada para solucionarle la vida ni la vocación a nadie.
Tuve la enorme suerte de que mi mamá trabajó mucho para mandarme a estudiar y, gracias a eso, pude hacerlo sin trabajar en simultáneo. Hasta ese voluntariado, la noción de “privilegio” no se me había presentado de una manera tan concreta… pero ¿cuántas personas entran a a una cárcel, o a los hospitales psiquiátricos, o interactúan con personas en situación de calle? En general, son lugares olvidados y personas olvidadas. Descartadas en depósitos.
La selectividad penal
Con el tiempo comprendí que eso no es casual. Que las cárceles están repletas de personas pobres por eso que se llama “selectividad penal”. Aquí debemos considerar varios aspectos. Uno de ellos es que un 34% de los presos bonaerenses no completó el nivel primario y el 73% no ingresó al nivel secundario.
Otro aspecto a tener en cuenta es el tipo de delitos por el que suelen iniciarse investigaciones que terminan en aprehensiones, detenciones y privaciones de libertad. “Entre 2009-2023 se iniciaron más de 4 millones de investigaciones penales por presuntos delitos contra la propiedad, en promedio 910 por día. Esto representa 37% del total de investigaciones iniciadas en la provincia de Buenos Aires”, según informa la Comisión Provincial por la Memoria.
¿Qué quiere decir esto? Hurtar y robar, por ejemplo, son muy castigados. Lavar dinero, ser corrupto o participar de los altos niveles del narcotráfico, mucho menos. Ni siquiera abusos sexuales son tan castigados. Así opera la selectividad.
Las cárceles están sobrepobladas en un 99%, con el consecuente hacinamiento y las implicancias que tendrá en las condiciones de vida y en las subjetividades que allí residen. Hasta aquí anotamos: selectividad, violencia, restricciones en el acceso a la salud, la educación, etcétera, sobrepoblación.
En este punto me voy a poner muy materialista y me voy a alejar de la perspectiva de acceso a derechos, para ser todavía más concreto. Considerando que, enhorabuena, las penas tienen un tiempo máximo, y que los delitos que más se encarcelan no suelen ser aquellos de penas más altas, podemos deducir que los internos saldrán de prisión tarde o temprano. Entonces, ¿con qué actitud ante la vida egresará una persona de una cárcel para enfrentar nuevamente el mundo extra muros?
Los maltratos, hasta el punto de la tortura, no sólo dejan huellas físicas en las personas, sino que también las des-socializan, imposibilitando otras formas de existencia por fuera del dispositivo penal. La condena, entonces, se vuelve perpetua en los hechos.
Esto es exactamente lo que yo vi en un chico de mi misma edad cuando fui a la cárcel por primera vez, con veinte años.
Mientras las cárceles existan…
¿Qué hacer con las cárceles? Bueno, yo desearía que no existieran. Que el sistema de valores sea distinto y que resolvamos conflictos de otras maneras. Antes creía en la reinserción, pero actualmente entiendo a las cárceles como dispositivos del poder que cumplen exactamente con su objetivo respecto a las personas a las que el sistema considera descartables. Las prisiones no están diseñadas para generar ninguna condición de reinserción, todo lo contrario.
Pero las cárceles existen y seguirán existiendo, por ahora.
Entonces, en términos intermedios, podemos decir que hay algunas experiencias menos tortuosas. Cuando creía que era factible la reinserción, estudiaba mucho el ejemplo de la cárcel de Punta de Rieles, en Uruguay como un caso virtuoso. Resumiendo mucho, funciona casi como un pequeño pueblo.
Se trata de una prisión en la cual las personas allí alojadas tienen libertad de movimiento dentro del predio y tienen derecho a utilizar teléfonos celulares, internet y redes sociales. Funcionan ahí alrededor de 45 emprendimientos laborales de las personas privadas de su libertad (almacenes, peluquerías, panadería, restaurante, etcétera).
Sigue siendo una cárcel, a pesar de sus características. Entonces, se ven muros altos y controles en los accesos, que están custodiados por personas armadas, para evitar fugas. Punta de Rieles alcanzó niveles de violencia extraordinariamente bajos en comparación el promedio nacional. De igual manera, la reincidencia entre internos que pasaron por allí no es absoluta, pero es bastante cercana al cero: 2%.
Les dejo en este link, un video que cuenta un poco acerca de cómo es esta cárcel, por si quieren saber un poco más.
Yendo a un caso argentino, la historia de Waldemar Cubilla es representativa de la importancia que tiene el acceso a la educación primaria, secundaria y universitaria dentro de las cárceles. Nació en una villa, tuvo que revolver la basura, pasó nueve años por la prisión y allí terminó la escuela y se recibió de sociólogo.
Al salir, fundó la biblioteca popular “La Carcova”, en la entrada de la villa de la que él es habitante. Un detalle simbólico muy interesante es que está construida sobre basura apilada. No sólo el es “ex ciruja”, como se define a sí mismo, sino que su barrio está en José León Suárez, por lo cual el predio de CEAMSE está próximo y la relación con los residuos es inmediata.
Si gustan conocer más a Waldemar, les dejo este artículo en el que cuenta bastante sobre su historia.
Un tema ausente
Casi no se habla de las cárceles, salvo cuando sale alguna serie morbosa haciendo fetichismo de la violencia que el imaginario construye acerca de lo que pasa en las prisiones, o cuando el sensacionalismo puede tomarse de ahí para llenar algunos minutos de aire.
Es cierto que antes también pasaba. Pero en este momento, la mitad del país apoya consignas que de manera claman por “cárcel o bala” y la ministra de Seguridad es una show-woman Aunque nunca desapareció, el populismo mano dura está en un momento de masificación. Por el espiral de silencio, entonces, se castiga muy fuerte a quienes osen decir “resocialización”.
Por otro lado, las condiciones de vida de las mayorías se volvieron más difíciles. Cuesta más llegar a fin de mes, el pluriempleo se volvió la normal, el descanso es prácticamente inexistente, la erosión de los que se creían derechos adquiridos es manifiesta... Entonces, ante demandas tan próximas, los marginados de antes ahora pasaron a ser directamente olvidados.
Pensando en sobre qué escribir hoy, me di cuenta que también en mi agenda este tema quedó un poco relegado. Nunca me olvido de las cárceles, pero antes ocupaban una centralidad mayor dentro de los temas acerca de los que hablo o escribo. Evidentemente, algunos de los determinantes que nombré también me están interpelando.
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