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Foto del escritorLautaro Peñaflor

Hemos sido engañados: la época del estado de trabajo permanente

Por Lautaro Peñaflor Zangara



Este artículo será, principalmente, catártico. Sin embargo, también representativo de la época histórica que nos toca vivir, época en la cual hemos sido engañados. No es cierta la falacia del “sé tu propio jefe” ni el imaginario acerca de que trabajar desde tu casa implica sólo el cliché de poder hacerlo desde la cama o el sillón.


En el primero de los casos, porque la contracara de ser el jefe de uno mismo es también ser su empleado. En muchos casos, eso también abarca ser el administrador, quien atiende al público, el publicista, el cadete, quien se encarga de la limpieza, etcétera.


En el segundo, porque la flexibilidad de la rutina es una vieja conocida. La propia palabra lo dice: flexibilización. ¿De qué? De las reglas laborales que imperan en un sistema en el que trabajar no es opcional, sino obligatorio. ¿Tan lejos habrá quedado la memoria de los 90? Bueno, en realidad ahora se reivindican esos años.


Trabajar desde la casa es aliado inseparable del pluriempleo, es decir, tener muchos trabajos para conformar un salario. No es materialmente posible asistir a prestar labores en cuatro lugares, durante cuatro jornadas, pero sí lo es destinar tiempo de recreación, de ocio o de descanso a trabajar… desde el sillón.


El pluriempleo ya tuvo, en realidad, una gran victoria previa: si hace algunos años bastaba con que en un grupo familiar trabaje una persona, ahora eso ya no es posible. Todos los integrantes adultos tienen que trabajar.


Esto quiere decir, por derivado lógico, que se gana menos dinero por trabajar. O que el costo de vida depreció el salario. Ambas opciones son iguales a los efectos de este descargo.


El capitalismo tiene la gran virtud perversa de volverse subrepticios y todo disfrazarlo para conquistar terreno. Así, gran parte de todo esto se disfrazó de conquista de género (porque ahora las mujeres pueden salir a trabajar, no es que tengan que hacerlo para esquivar la pobreza) y de características generacionales.


Los millenials y los centenialls duran poco en sus trabajos. Les importan las experiencias. No quieren que un empleo dure para toda la vida. Habrán pasado por cuarenta puestos en veinte años. Prefieren viajar por el mundo porque pueden trabajar desde donde sea.


Una vez más, hemos sido engañados: nadie quiere durar en un trabajo cuyas condiciones laborales son insalubres. Las que tienen que ver con el salario y las que no. No se trata de un problema en la “cultura del trabajo” ni que los jóvenes no quieren hacer nada. Se trata de que hoy en día trabajar no garantiza que superes la línea de la pobreza. ¿En serio creen que todavía no sucedió la reforma laboral?


“Desde el sillón”


La digitalidad es tan obligatoria como el trabajo en esta nueva era. Fuera de toda lectura conspiranoica acerca de la pandemia, sí podemos sostener que muchas instancias todavía analógicas viraron a la virtualidad a partir de 2020. También que ese proceso fue muy corporativo, porque los Estados estaban gestionando otras cuestiones (luego podemos debatir con qué impronta).


En Argentina acaban de liberarse las tarifas de los servicios de Internet, telefonía celular y cable. Es decir, una vez más la palabra “derecho” perdió todo virtuosismo. Es letra muerta. Por el contrario, en la era de la digitalidad obligatoria, conectarse se paga a quienes la impusieron. Nótese el círculo.


Esto sucedió mientras festejábamos zoompleaños y horneábamos panes de masa madre. No era precisamente nuevo ni surgió ese año, pero sí escalo a partir de un evento tan masivo e inexcusable como una pandemia de la magnitud del coronavirus.


En ese momento, en el que todos debíamos “aportar un granito de arena”, también aportamos nuestro tiempo libre, que desapareció por completo. Ya no existen fronteras entre el ámbito laboral y el personal. Los teléfonos suenan todo el tiempo, las notificaciones de las redes sociales se multiplican, las bandejas de los correos electrónicos quedan repletas. Igual, tranqui: todo se puede responder desde el sillón. Magias del monotributo.


Estamos hablando de formas de existencia y de trabajo muy excluyentes: no todas las personas pueden pagar conexiones a Internet sólidas y trabajar desde su casa. Sin embargo, la precarización de los vínculos laborales los alcanza a todos: incluso si trabajás presencialmente.


Estado de trabajo permanente


Mientras cada vez más puestos de trabajo humanos empiezan a estar en riesgo a raíz de la inteligencia artificial y la robótica, la pretendida conquista de avanzada en ámbitos de trabajo es el derecho a la desconexión, como si no hubiese quedado claro que a los derechos se los lleva el viento.


El proceso, además, implicó una enorme cesión de poder desde lo público hacia lo corporativo. Parte de esa reconducción explica algo de la penetración de la idea de “no Estado” que llevó a Javier Milei a la presidencia.


Vivimos en estado de trabajo permanente y el tiempo, en líneas generales, ya no nos pertenece, sino sólo su excepción, sólo el momento que alguien en algún lugar diga que debe ser llamado “desconexión”. ¿tu jornada laboral es cada vez más larga... pero desde el sillón?


En la era de la digitalidad obligatoria y el síndrome de burn out (o “del quemado”) generalizado, ¿es posible desconectarse?


 

Sobre el autor


Soy Lautaro Peñaflor Zangara, periodista y comunicador. Nací en Carhué, una ciudad chiquita en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Me gusta mucho leer. Tengo una relación complicada con el café instantáneo. Vivo con dos gatitos: Muna y Timoteo.




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