Por Lautaro Peñaflor Zangara
Estaba a punto de escribir sobre el protocolo represivo de Patricia Bullrich cuando cambié de rumbo y decidí iniciar esta suerte de descargo. Un terrible temporal de tormenta y vientos fuertísimos impactó en Bahía Blanca, donde me encuentro, y nada me pareció más elocuente que eso. Además de lo evidentemente importante, también elocuente.
Nunca había escuchado vientos tan violentos y realmente me asustó escucharlos. Fui consciente de que no era una tormenta más pero un poco más fuerte cuando, en plan de cerrar todas las ventanas de la casa, vi que el viento había arrancado de raíz la planta de la vereda. Llamé al 911 por primera vez en mi vida. Ya he hablado sobre lo que me genera interactuar con bots y call centers.
La luz empezó a titilar y supe que era inminente la interrupción de la energía eléctrica. Terminé de cerrar todo, mientras me comunicaba con algunas personas cercanas para saber cómo estaban y, efectivamente, se cortó.
Prendo una vela. Veo tres y no sé si me van a alcanzar. En redes sociales veo que el temporal estaba haciendo desastres en toda la ciudad. En un acto de alienación, tuiteo. “Violentísimo temporal en Bahía Blanca. La tranquilidad es que tenemos un presidente negacionista del cambio climático”.
Es evidente que fenómenos climáticos extremos sucederán en toda latitud y longitud, cada vez con mayor frecuencia y de mayor intensidad. Cuando lo comento en alguna conversación, veo que me miran con cara de “flasheó Nostradamus”. En realidad, creo que no es nada muy lejano de interpretar. Sí creo que hay muchas personas, demasiadas, fingiendo demencia.
Las tres preguntas que me hizo el 911 (qué, dónde y si hay heridos) no son suficientes ahora y no serán suficientes en lo sucesivo. Deberían entenderlo los gobiernos: gobernar de acá en adelante tendrá un fuertísimo componente de gestionar catástrofes. Los protocolos no deberían ser para reprimir, sino para afrontar situaciones de este tipo que no sucederán en el futuro: están sucediendo ahora.
Uno de mis gatos está agachado viendo por debajo de la puerta que da al patio. Se está inundando y salgo a sacar las hojas que tapan el desagote.
Ahora no hay tanto viento, pero sigue lloviendo. Suenan sirenas y la sensación es apocalíptica, distópica. Las sirenas son el soundtrack del fin del mundo.
Escucho que alguien en la vereda cuenta que a su papá se le cayó el techo. Me imagino que debe estar lleno de situaciones así y peores también.
Decidí gastar todo lo que me quedaba de batería en la computadora escribiendo artículos que tengo que entregar sí o sí y, de paso, cargar el teléfono. De todos modos, se quedó completamente sin señal. Muerto. Agradezco haber hablado con varias personas hasta ese momento y saber que están a resguardo.
Puedo racionalizar perfectamente lo que está pasando. Es notorio que este tiempo es de catástrofes. Ambientales, sanitarias, humanitarias, sociales, migratorias. De múltiples tipos.
De esta manera se está configurando el mundo que nos toca habitar. No creo que ningún principio de solución sea posible si no imaginamos otros modos de vivir. Tampoco si no mencionamos la palabra “capitalismo” en la discusión.
¿Hay alguna discusión en curso?
Mi hermana me cuenta que el desastre es peor de lo que yo sabía. Se derrumbó un gimnasio y se informaron fallecidos y heridos.
Ella tuvo que movilizarse para volver a casa y lo que vio es horrible. Cientos, miles de árboles tirados, chapas, techos, cartelería. Volví a pensar en mi llamado al 911 por la planta de la vereda.
Tengo señal por unos minutos. Mi mamá me cuenta la información que circula sobre lo que está pasando. Pienso en la diferencia entre transitar un hecho de estas características y conocerlo a través de los medios de comunicación, o las redes sociales. Las tres experiencias son muy distintas. De dos de ellas yo no tengo noción.
Envío los mensajes de texto que puedo avisando que estamos bien. La señal va y viene, pero más se va que viene. A la luz de la vela entendimos que el apagón sería para largo y que no conocíamos ni una parte de lo que estaba pasando. ¿Fue un tornado? ¿Un huracán? No lo sabemos exactamente.
Me duermo escuchando sirenas. Pasa la noche. El día está celeste, diáfano. Como si el universo hubiese necesitado calma después de la furia. ¿Es conveniente trazar analogías emocionales? La catástrofe ambiental se puede razonar y racionalizar. No son “locuras del clima”.
Me queda muy claro que, a esta altura de los hechos, es momento de adaptarnos al cambio climático individual y colectivamente. Tiene que ser posible prever que algo así está por suceder, entiendo que no con exactitud, pero sí permitiendo actuar. Las alertas tienen que ser certeras, concretas y con llegada a las personas.
Debe ser posible actuar en consecuencia de la comprensión respecto a que siempre quienes más sufren las consecuencias, son las personas que ya están atravesadas por otras opresiones.
Llega el gobernador, también el presidente -el negacionista del cambio climático- haciendo cosplay de militar. Palabras más, palabras menos dijo que debíamos ayudarnos entre vecinos.
Lo demás, a grandes rasgos, es historia conocida.
Fenómenos similares sucedieron en otros lugares del país, cercanos y no tanto. El país sigue su curso. Protocolo antipiquetes, quien marcha no cobra, coparticipación, anuncios económicos, deuda. Lo que pasa en Bahía Blanca queda en Bahía Blanca, parece.
Pero no, no es un fenómeno aislado. Atomizar lo que pasó es impedir la visión clara acerca de que la catástrofe no reconoce fronteras y lo que pasó aquí, mañana va a pasar allá.
Sobre el autor
Soy Lautaro Peñaflor Zangara, periodista y comunicador. Nací en Carhué, una ciudad chiquita en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Me gusta mucho leer. Tengo una relación complicada con el café instantáneo. Vivo con dos gatitos: Muna y Timoteo.
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