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Foto del escritorLautaro Peñaflor

Empatizar con el villano

Por Lautaro Peñaflor Zangara


Foto: La Reforma


Es miércoles trece de diciembre, nueve y media de la mañana. Cuando escribí este artículo tuve que corregir porque, conjuras del inconsciente, en lugar de miércoles escribí martes 13. Pasaron más o menos catorce horas desde que el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, anunció una devaluación contundente, entre otras medidas. ¿Esperada? Sí. ¿Impactante? También.


Desde que empezó el día para mí, todas las voces que escuché fueron de preocupación y angustia. Pasé por cuatro emisoras de radio, muy distintas entre sí, y en todas ellas el tono apagado era el mismo. Hablé con tres personas en lo que va del día. Ninguna de ellas es “casta”, o al menos eso creo. Nunca terminé de comprender bien ese amplio contingente así llamado.


Las preocupaciones son las mismas. Nafta, alimentos, dólares, alquiler, trabajo.

Dirán que son medidas necesarias, que la situación es extrema, que la herencia recibida es terrible. La planilla de Excel tiene que ser perfecta, al costo que sea. ¿No existirán otros medios para emprolijar la hoja de cálculo? ¿Es estrictamente necesario que la pobreza tenga que subir a más del 60%? ¿No es conveniente mencionar la palabra “salarios” en una batería de anuncios de este tipo?


Me es inevitable pensar en cuánto se pauperizan las discusiones cuando la preocupación (todavía más) generalizada pasa a ser comer.


“No hay plata, no hay plata”


Durante el discurso de asunción de Javier Milei sobresalieron tres cantos de la gente que lo acompañaba: “no hay plata”, “motosierra” y “policía”. La historia se cuenta sola, ¿verdad?

Siempre se dijo de lo que suele llamarse la “clase política” que mienten para llegar al poder. Que prometen y no cumplen. Que llegan al gobierno y se olvidan de lo que dijeron.


En el caso del presidente de La Libertad Avanza hay, entonces, dos anomalías conviviendo: por un lado, un candidato que dijo la verdad o parte de ella y muchas personas que lo votaron deseando, contrario a lo habitual, que no cumpla sus promesas.


Por otro lado, un vitoreo casi zombie por el ajuste y la represión. El ajustado es el otro. El reprimido es el otro. No es una novedad el egoísmo capitalista.



Es muy posible que Javier Milei no sea un gran genio, pero sí hay que reconocer que dio con el tono de época en varios sentidos. Percibió la insatisfacción por nuestras vidas precarizadas e infiltró su discurso como solución. Buena o mala, ofreció una perspectiva de futuro.


Encontró un culpable: la casta. También una forma de comunicarlo corta, efectiva y carente de argumentos desarrollados. En el tiempo de la posverdad son una buena práctica, pero no son necesarios. ¿No hay aquí una forma de mentira? Volvemos al punto de las promesas de campaña. Quizás Milei sólo sea un político tradicional, adaptado al capitalismo acelerado de corporaciones digitales.


El costado represivo no necesita mayor explicación. Desde hace tiempo, y con fuerte énfasis a partir de la cuarentena, es muy notorio que no pocas personas simpatizan con la policía a niveles exorbitantes. El clima global también aporta al recrudecimiento de este sentido de exterminio.


¿Cómo puede alguien que a viva voz enuncia un plan tan destructivo ser votado con tanto entusiasmo? En general, muchas veces en la historia se ha votado cada cosa… pero para este caso puntual, gran parte lo explican, reitero, nuestras vidas precarizadas. Que esa propuesta sea conducente a algo mejor es otro cantar.


Coyuntura, clima de época ¿y qué más?


Reside en Javier Milei alguna forma de carisma. La coyuntura puede explicar parte de su éxito, el clima global otra parte. Pero fue Javier Gerardo Milei el elegido por un tercio de la población en octubre y por un 55% tres semanas después.


El economista despeinado que se enojaba en los sets de televisión. El recurrente invitado a los platós porque su show rendía en los niveles de audiencias. El que primero fue un meme y ahora es presidente.


Después de octubre empecé a bucear en los aspectos personales que volvían a Milei elegible. Mucho había pensado en aquellos que lo transformaban en una mala opción, pero no viceversa.


La diferencia me resultó notoria: pensar las características fascistas que aún creo residen en el presidente lleva un proceso de abstracción muy excluyente en algún punto. Pocas personas tienen tiempo o deciden dedicar el que poseen en saber, por ejemplo, de procesos históricos o sociales. Es sabido que la población sobre-informada es muy poca.


Por eso, mucho se dijo que convenía resaltar que Milei puede ser inestable, improvisado o inexperto, pero no antidemocrático, fascista (porque no es tan comprensible) o mano dura (porque se desea).


En cambio, el clima de época que percibió el libertario y bien supo aprovechar es realmente cercano. La enorme mayoría de las personas tenemos más dificultades económicas que hace algunos años. Todas las personas perdieron un ser querido o cercano a raíz de la pandemia de coronavirus. El relato acerca de que el culpable es el de al lado (pobre, migrante, integrante del colectivo LGBT, etcétera) hace tiempo se trabaja a nivel formación de sentido.


Javier Milei lo redujo a consigna, generó un relato que permeó cada uno de estos orificios. Muchas personas que no están sobre-informadas, ven en él una persona cercana. Distinta a lo que se percibe como parte del problema, que son todas las otras opciones. La casta, un dispositivo sumamente útil.


Foto: Luis Robayo


Con el tiempo se han conocido algunos detalles sobre la vida del libertario. Sabemos que tiene un lazo muy especial con su hermana y ahora secretaria general de su presidencia, Karina, y que ese vínculo se forjó a raíz de los maltratos que sufrió por parte de sus padres de pequeño. Por ese motivo, durante muchos años estuvieron distanciados y les llamó “progenitores”. La campaña los reconcilió. Aun así, la violencia intrafamiliar es más habitual de lo que sabemos.


También que tiene varios perros. La historia de la clonación de Conan, con quien incluso suele decirse que habla, y las dudas sobre si está o no vivo es muy conocida por quienes gustamos de escuchar extensas entrevistas y leer largos artículos. Para quienes no, sólo vieron un acto simpático: en el bastón presidencial Milei hizo grabar cinco perritos.


Asimismo, algo sabemos sobre su espiritualidad. Ha dicho en entrevistas periodísticas que Karina es Moisés y él su mensajero. Mucha y cada vez más gente se aferra a distintas formas de fe en tiempos complejos como éste.


El bastón presidencial tiene referencias a los perros del presidente. (Foto: Manu Jove)


Empatizar con el villano


La palabra empatía forma parte del starter pack de la cultura influencer que domina. A mí, honestamente, me tiene cansado y creo que se vació, que ya no dice nada. Es el término característico de este tiempo, así como el de hace algunas décadas pudo haber sido “solidaridad” o tiempo antes “caridad”; o también como post 2001 el sujeto emergente fue el cooperativista y ahora es el emprendedor.


En medio de este contexto es que surgen otros componentes, probablemente más emocionales y vinculados a los relatos culturales que corren en nuestra época, en la cual la cultura pop está marcadamente influida por el animé y las películas de superhéroes. Muchos jóvenes la consumen y muchos jóvenes también votaron a Milei.


Uno de los libros del ahora presidente se llama “Pandenomics”, luego transformado en documental, disponible en YouTube. Como se dijo más arriba, las marchas anticuarentena de 2020 (cuando también se publicó el libro) fueron clave para el avance político de La Libertad Avanza y sus referentes.


En una escena del documental, aparece la cosplayer y ahora diputada Lilia Lemoine caracterizando a una especie de superheroína. También se puede ver a Karina Milei portando alas de ángel.




“El Banco Central está haciendo de las suyas de nuevo. Creo que es hora de cerrarlo de una buena vez”, le dice Lemoine a Javier y le deja una valija. Ingresa a escena una réplica a escala del BCRA. La gente grita “destrucción, destrucción”, algo notable.


Javier Milei toma un martillo y con furia desarma la maqueta del organismo. La escena recuerda al Joker, una comparación muy hecha por estas semanas. También a una característica cada vez más habitual en las películas de superhéroes: los villanos ya no son simple e inexplicablemente crueles, sino que tienen una narrativa. Se los puede comprender. Aunque suenen irracionales, no por nada una de las intenciones más habituales de los últimos meses tiene que ver con que, en una de esas, “a este loco le salen las cosas bien”.


Milei puede ser visto por muchas personas como alguien que emprendió en la política, que arriesgó y se hizo un lugar en tiempo récord. También como un influencer, en tiempos en que cada vez hay menos distancia entre un político y alguien que se dedica a ser contenido de redes sociales. Al mismo tiempo, como alguien cercano, con características menos robóticas que el resto del ecosistema político, cuyas figuras perdieron la brújula hace tiempo y se ven lejanas al sentir cotidiano. Nada de esto invalida lo nocivo de sus planes.


Nos preguntábamos al principio cómo puede alguien que a viva voz enuncia un plan tan destructivo ser votado con tanto entusiasmo. Nombramos como hipótesis a las múltiples crisis, y al contexto global. Acá damos con otra clave, muy de época. Es posible que muchas personas hayan empatizado con el villano.

 

Sobre el autor


Soy Lautaro Peñaflor Zangara, periodista y comunicador. Nací en Carhué, una ciudad chiquita en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Me gusta mucho leer. Tengo una relación complicada con el café instantáneo. Vivo con dos gatitos: Muna y Timoteo.



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