En Bahía Blanca se reportaron dos derrames de petróleo en 22 días. Según el geógrafo Javier Grosso, hechos de este tipo son más frecuentes de lo que nos enteramos. Asimismo, las multas como respuesta son irrisorias: no representan un esfuerzo para las corporaciones, y contribuyen a aislar hechos que, en realidad, implican un grave problema colectivo.
FOTO: Pablo Petracci
Por Lautaro Peñaflor Zangara
Bahía Blanca no tuvo el mejor cierre de año, ni el mejor inicio del siguiente. A una turbonada sin precedentes que dejó fallecidos, heridos, graves destrozos y miles de árboles caídos, se le sumó la ola de calor más extensa que se recuerde. También confirmó los primeros casos autóctonos de contagio de dengue.
Y además, como si fuese poco, en 22 días, se produjeron dos derrames de petróleo en el estuario de la localidad, cerca del Puerto Rosales. En este punto nos vamos a detener.
En tiempos en que el gobierno provincial avanza en la exploración offshore en el Atlántico, nada alentadores son las noticias de esta índole, por los efectos que todos podemos interpretar lógicamente, pero además por algunos datos que llaman la atención.
Algunos ejemplos: la advertencia fue realizada por un pescador ajeno a la firma alemana responsable, la empresa no comunicó debidamente lo que estaba sucediendo y el sistema sancionatorio, por medio de multas, resulta absolutamente insuficiente para el caso.
La opacidad caracteriza siempre el accionar de las empresas multinacionales que operan en industrias extractivas en el sur global. Afortunadamente, la resistencia popular también es mucha y, entre otras cosas, genera información confiable.
Justamente, las dimensiones del primer derrame -ocurrido el 26 de diciembre- fueron calculados por el Observatorio de Sismicidad Inducida, que es un proyecto independiente que monitorea la actividad sísmica en la Patagonia, centrando su atención en la sismicidad disparada por la actividad humana (central pero no exclusivamente) en el área de Vaca Muerta, como consecuencia del fracking.
Algunos de los insumos empleados para su estudio, les fueron de utilidad al geógrafo Javier Grosso Heredia, al ingeniero Guillermo Tamburini Beliveau y al licenciado Miguel Angel Di Fedinando, los tres también investigadores.
El resultado: según su análisis, la extensión mínima de la mancha de crudo el 27 de diciembre a las 6:24 horas era de 21 kilómetros cuadrados.
Javier Grosso Heredia, uno de los integrantes del Observatorio, habló con Revista Distopía acerca de la información difundida.
“Desde el Observatorio de Sismicidad Inducida realizamos análisis de imágenes satelitales, tanto imágenes del óptico, que es la típica imagen Google Maps o Google Earth que es la imagen tal y como la ve el ojo, y también realizamos análisis de imágenes de radar”, contó.
“Las imágenes de radar tienen que ver con una respuesta distinta de las superficies a una señal que se envía desde el satélite y que, al rebotar, genera un resultado distinto en la imagen. Esto hace que, por ejemplo, la respuesta de una mancha oleosa en el agua sea distinta a la del agua que está ahí circundante”, explicó Javier.
Desde el Observatorio “realizamos ese análisis y, a partir de esto, identificamos que hay una mancha que coincide con las monoboyas en las que se había producido el derrame de hidrocarburos. A partir de allí localizamos y triangulamos con el resto de la información”.
Así pudieron dar con la superficie del derrame: “Los 21 kilómetros tienen que ver con cómo lo cotejamos después con personas que están ahí, en el territorio, haciendo recorridos, algunos aéreos, otros en embarcaciones. De esa manera damos precisión a lo identificado en la imagen satelital”.
“Hay un impacto muy fuerte en este tipo de derrames”
Pasto marino con petróleo. FOTO: Pablo Petracci
Las implicancias de accidentes de este tipo en la biodiversidad “son altísimas”: “La propia ría y la circulación de buques, porque ahí está el Puerto Rosales pero también está la Base Naval de Punta Alta y Puerto Ingeniero White y Puerto Galván; entonces ya ese movimiento de buques es muy importante y tiene efectos sobre la biodiversidad, sobre todo, sobre la fauna marina”, según el geógrafo.
“Los impactos de este tipo de derrame son más elevados, porque modifican o alteran fuertemente al ecosistema. Por más que haya mucha circulación de barcos, la fauna sigue estando presente en esos lugares. Pero un derrame de hidrocarburos, ya interfiere directamente tanto sobre la fauna existente en el océano, en el mar, como en la biodiversidad fuera, en la playa, cubriendo de hidrocarburo mucha vegetación que, a su vez, sirve de alimento para otras especies”, pormenorizó a Distopía.
“Es un impacto muy importante que Pablo Petracci se ha encargado de documentarlo en el grupo de denuncias sobre la fauna marina costera”, señaló.
“Hechos así ocurren todo el tiempo”
“Hechos así ocurren todo el tiempo”, afirmó Javier Grosso ante le pregunta de Distopía. “Con escalas de las más diversas. Si ese pescador no hubiese avisado sobre el derrame, lo más probable es que nadie se haya enterado, o que alguien haya encontrado una mancha rara en la costa y con algún olor característico”, desarrolló.
“Ocurren en menor escala o en mayor escala y son ocultados y no son informados a la autoridad competente. A nosotros nos consta la existencia de hechos anteriores que, según nos han dicho informantes clave, han ocurrido y nadie se ha enterado”, agregó el geógrafo.
Hasta septiembre, el año pasado el Observatorio de Sismicidad Inducida midió 400 sismos por fracking en Vaca Muerta. Antes no había sismos en esa zona.
Como si fuera poco, también existe un correlato en el ámbito de los trabajadores que prestan servicio para estas empresas: los accidentes laborales en la explotación hidrocarburífera y minera registró un aumento del 25,5% el año pasado, sobre 2021. En total, hubo 5.264 informados. La situación más común por la que suceden apunta a pisadas, choques o golpes por objetos.
“Si no es por una denuncia externa, las empresas no avisan”
Hay un dato elocuente: el primer derrame de petróleo fue conocido porque un pescador artesanal, Natalio Huerta, lo reportó.
“El hecho de que haya sido un pescador quien da aviso, es una clara evidencia de que la empresa no avisó en tiempo y forma. Luego la secretaría de Ambiente de la Provincia actuó. En el segundo derrame no sólo multó a la empresa, sino que también la obligó a detener sus operaciones de logística de carga y descarga. Es decir, tuvo que avisar un usuario del mar, un pescador, alguien que lo utiliza con otros fines. Esa persona tuvo que avisar lo que estaba ocurriendo en la ría, siendo que la empresa tenía total conocimiento de lo ocurrido y no lo informó como debía haberlo hecho”, consideró Javier Grosso.
Teniendo en cuenta que hechos de estas características son más frecuentes de lo que conocemos, y que el reporte oportuno no es una característica de las empresas, podemos aventurar que las tareas de contención de las corporaciones tampoco son adecuadas.
“Con respecto a las tareas de contención de la empresa, han ido informando mediante distintos documentos lo que se iba haciendo. Pero las empresas siempre tienen una característica: si no es por una denuncia externa, ellos no avisan. O avisan una vez que ya o intentaron controlar, o se les fue de las manos”, coincidió el especialista.
“Nunca tienen un aviso activo para hacer que un organismo de control actúe en tiempo real. Lamentablemente, tanto en Vaca Muerta como en distintos lugares, la industria hidrocarburífera busca minimizar los riesgos y, sobre todo, los efectos comunicacionales. Tratan de ocultar y ganar tiempo para que no sea tal el impacto visual, o el que se pueda mostrar una vez que los medios lleguen. Ese es un modus operandi de empresas hidrocarburíferas, y también fue el que realizaron en los dos derrames en la ría, en las monoboyas”, continuó.
“Decimos esto porque, si bien ejecutaron tareas de contención, no informaron en tiempo real lo que estaba ocurriendo. Por lo tanto, cuando eso no ocurre, el poder sancionatorio del Estado va a ser sobre el derrame que se cuantifique luego de la denuncia. Puede ser mayor la cantidad de área afectada y, cuando el Estado va a multar, esa área puede verse reducida o no está debidamente informada”, finalizó Grosso.
Juez y parte
Una multa. Esa fue la respuesta del gobierno provincial para la empresa alemana Oiltanking. Si pensamos económicamente, aunque sea de manera rudimentaria, nos daremos cuenta que si queremos que una corporación decida evitar daños como estos derrames, el valor de la multa debería ser altísimo. Mejor dicho, acorde a la dimensión de sus balances. Caso contrario, elegirá seguir pagando multas que no le hacen ni cosquillas al Excel.
Es un inconveniente muy concreto el hecho de que los estados, en este caso el de la provincia de Buenos Aires, se erija como juez y parte en esta relación: mientras promueve el extractivismo, lo alienta, lo estimula, también tiene a su cargo la potestad sancionatoria. Conflicto de intereses, podríamos llamarle.
“Las multas actúan sobre el hecho ya consumado. Es decir, la prevención debería ser el camino correcto, sobre todo por parte del control que deberían realizar las autoridades. Cuando se multa, el hecho ya está consumado. El hecho ya ocurrió. Es imposible no pensar el petróleo de Coronel Rosales en relación con el de Vaca Muerta porque lo que se carga en los barcos para exportación en Rosales sale de allí”, contó Javier Grosso.
“En Vaca Muerta las empresas son multadas frecuentemente por la secretaría de Ambiente o de Energía. Pero las multas son tan irrisorias que las empresas las pagan y continúan con sus operaciones sin más”, agregó.
“La multa no actúa preventivamente, no tiene por objeto mitigar, prevenir un hecho de afectación a los ecosistemas, sino que actúa con el hecho consumado. Y, además, por lo general tienen valores irrisorios, al menos para los números de las empresas”, fue su diagnóstico.
Aun así, la multa es una respuesta puntual, a un caso específico. La problemática, en contraste, es global y forma parte de un entramado superador, en tiempos de colapso ambiental en curso. Atomizar el suceso, aislarlo, es una estrategia sumamente funcional para que las industrias extractivas, destructivas del ambiente, continúen con su libre juego.
Sobre el autor
Soy Lautaro Peñaflor Zangara, periodista y comunicador. Nací en Carhué, una ciudad chiquita en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Me gusta mucho leer. Tengo una relación complicada con el café instantáneo. Vivo con dos gatitos: Muna y Timoteo.
Que triste todo. Que invivible.