El miércoles 20 de septiembre Javier Milei llegó a Bahía Blanca, en el marco de su gira de campaña. Dos cuadras que, en loop, ofrecieron una considerable cantidad de insumos viralizables. Una crónica en primera persona de una jornada pensada para el discurso político de estos tiempos.
Por Lautaro Peñaflor Zangara
Treinta y dos días separaban al país de las elecciones generales el 20 de septiembre, cuando Javier Milei -el candidato de La Libertad Avanza, el más votado en las PASO- llevó su caravana de campaña a Bahía Blanca. La convocatoria fue simple. A las 17 horas el libertario pasaría por las calles céntricas de la ciudad, con un periplo difundido previamente a través de sus redes sociales, cuyo epicentro sería el “Café de la libertad”: el bunker de campaña del espacio, situado frente a la Plaza Rivadavia. En ese lugar hasta hace algunos meses funcionaba una cafetería de muchas décadas.
Unos minutos después de las cinco de la tarde ambos lados de la calle reunían algunas decenas de personas. “La Cristina va a ir presa”, puede escucharse en una conversación entre dos hombres en la puerta del Café de la libertad. Será uno de los poquitísimos momentos en los que surge el nombre de la vicepresidenta en particular, e incluso un nombre propio en general. A la espera del autoproclamado león, una mujer anuncia desde la sede que hubo un cambio de planes: Milei no pasaría por ese lugar, sino que lo haría por la siguiente cuadra.
La cantidad de personas ahora es mayor y en conjunto se desplaza algunos metros hasta llegar al nuevo punto. No se trata de una multitud, pero sí de un número considerable. Evitan, ante el pedido de una persona sin identificación ninguna, cortar el tránsito ante dos policías que guían a quienes conducen vehículos.
Pienso en la historia de la protesta social. Cortar un camino es, indudablemente, un método eficaz para llamar la atención, que muchas veces sucede ante reclamos que así lo ameritan. No son pocos los avances sociales o políticos que en Argentina pueden contarse a través de la interrupción del tránsito, ese método tan demonizado por estos días, pero que valió heridas, represiones y hasta la vida a muchas personas. En esta manifestación inicialmente se evita cortar la calle. ¿Cómo era eso de las ovejas y los leones?
Minutos después el corte será inevitable.
Los cientos de presentes esperan a Javier Milei, que dos horas antes pasó con su caravana por Punta Alta, a algunos kilómetros de Bahía Blanca. Ninguna de ambas localidades es territorio hostil para él, electoral y culturalmente. En Bahía fue el candidato individual más votado: eligieron su boleta 53.232 personas. Le sigue Patricia Bullrich y luego Sergio Massa, cerca de Horacio Rodríguez Larreta.
Entre las personas que lo esperan prácticamente no hay signos de identidad partidaria. Tres o cuatro banderas amarillas con la consigna “Don´t tread on me”, una gorra con el logo de La Libertad Avanza, dos carteles aún no desplegados y algunos libros para intentar que el líder los firme. La ausencia de estos elementos de identidad es el símbolo. Es lo que se quiere expresar. Es la perfomance promovida por quienes se apropiaron del “que se vayan todos”.
Lo esperan personas de todas las edades, pero es notoria la presencia de jóvenes -incluso adolescentes- y de personas de más de 50. Tanto hombres como mujeres. “Personas normales”, diríamos utilizando lenguaje llano, sin complejidades.
“Acá estoy, creo que ya está llegando”, aventura una señora que habla por teléfono. “Hay mucha gente, a ver si por lo menos podemos verlo pasar”, agrega.
Una mujer está tomando imágenes con su celular. Se acerca a uno de los presentes y le ofrece grabar un mensaje de apoyo para las redes sociales. Le cuenta al elegido que ella se acercó y enseguida la incluyeron. Que puede ir al Café de la libertad a seguir conversando. Que se capacitan tres veces por semana.
La libertad avanza
A lo lejos puede verse cómo avanzan vehículos con banderas amarillas, sin embargo, el síntoma más claro de que el líder está llegando es el movimiento de la gente presente. Para ese momento el tránsito ya está cortado y dos personas avanzan al grito de “abran”, con el objetivo de dejar libre el carril por el que desfilará el candidato.
Aparecen los cánticos, hasta ahora ausentes. No se destacan por su creatividad ni por su consistencia. Los hits son “tiene miedo, la casta tiene miedo” y “se siente, se siente, Milei presidente”. Bastante parecidos a los versos de la casta. “Decí que no tengo bombos acá sino arranco”, dice un eufórico joven de unos veintitantos años.
La libertad avanza lento, pero avanza. Primero una moto, luego una camioneta, detrás otra en la que van los candidatos, y cierra otro vehículo más. Ya no sólo se ven banderas, sino que podemos identificar a Javier Milei vistiendo su clásica chaqueta de cuero. Está con su hermana, Karina Milei, con la candidata a gobernadora, Carolina Píparo, y el postulante a la intendencia, Oscar Liberman.
Los vehículos sí portan banderas con el nombre del líder, con la imagen de un león y con la consigna “Las fuerzas del cielo”. Pienso que los presentes necesitan creer en algo y que, paradójicamente, esa necesidad es razonable, luego de tanto descontento. Me pregunto cómo impactarían las políticas promovidas por los libertarios en esa gente esperanzada.
La logística de la marcha es sencilla y eficaz: la moto genera el espacio junto a los muchachos que piden abrir el paso y el primero de los móviles tiene el objetivo influencer, porque lleva cámaras con inmejorable ángulo. Podemos ver allí a Iñaki Gutiérrez, el joven a cargo del TikTok de Milei.
A medida que la caravana se desplaza, los simpatizantes se amontonan en el segundo vehículo. Quieren ver al león. Le acercan libros para firmar, papeles, billetes nacionales y hasta algún dólar. Le gritan apoyándolo, él los alienta. A Javier Milei se lo ve tranquilo, aunque cansado o incómodo con su rol. No puedo distinguirlo. En Punta Alta sacó la famosa motosierra, que acá no apareció, tampoco los guantes de box ni la copa del mundo. Sí hubo un muñeco pequeñito de él con la motosierra y un cosplayer del candidato.
Todo esto es capturado por la posición preferencial de las cámaras en la camioneta de adelante, ante la cual están los únicos dos carteles que se observan, los que hace un rato no se habían desplegado. El encuadre siempre va a mostrar a los candidatos rodeados de gente. ¿Mucha o poca? No es tan relevante, la cámara siempre lo encuentra siendo aclamado. Estrategias clásicas de comunicación política aplicadas a las nuevas plataformas.
La dinámica se repite más o menos por unos 200 metros, cuando la custodia lo ayuda a bajar de la caja de la camioneta, que lo traslada para subirse al vehículo de atrás e irse.
La duración de un TikTok
El 4 de octubre de 2019 llegó a Bahía Blanca la marcha “Sí, se puede” de Mauricio Macri. El entonces presidente, candidato a la reelección, venía de un mal resultado en las PASO y emprendió una gira cargado de un incomprensible optimismo en búsqueda del voto perdido. La locación elegida fue la misma: la Plaza Rivadavia.
Los simpatizantes presentes eran muchos. Macri, acompañado por María Eugenia Vidal, llegó al escenario montado luego de atravesar en sus vehículos cerrados una cuadra vallada de par en par en ambas manos. La gente les gritaba, pero la lejanía era notoria.
Debajo del escenario había cantos, pero no espontáneos: eran propuestos por una pista que sonaba permanentemente. Hernán Lombardi fogoneaba a pequeños grupos a alentar, como luego lo haría en las marchas anti cuarentena en plena pandemia de coronavirus.
Aunque la concurrencia era mucha y diversa, podemos decir que, a simple vista, la mayoría no parecía pertenecer justamente a los sectores más populares de la población. El antiperonismo aglutinaba el discurso y los comentarios. Cristian Ritondo, María Eugenia Vidal y Mauricio Macri hablaron desde el escenario. El resto ya es historia conocida.
Javier Milei se fue de Bahía Blanca sin dar discursos. En su acto no hubo vallas, carteles ni cantos planificados. La cercanía, la espontaneidad, la diferenciación de la política tradicional son mensajes en sí mismos, por contraste a todo aquello que pertenece a aquel espacioso y versátil continente llamado “casta”.
En los últimos metros de la caravana un simpatizante peronista, cerveza en mano, cantaba a los presentes algunos versos vinculados con la gloriosa juventud peronista. Como respuesta ensayaron un “el que no salta es peronista” que se diluyó muy rápido, mientras el militante continuaba con su hazaña solitaria.
Esa misma rapidez secuencial, esa instantaneidad fue una característica de este acto, al cual podemos entender como una compleja hibridación discursiva analógico-digital aplicada al mensaje político, en este caso, con raíces violentas e intolerantes.
La caravana fue un largo TikTok de 200 metros ofreciendo permanentemente microrrelatos viralizables, siempre capturados por las cámaras en posición preferencial pero también por los simpatizantes, en la era del celular en mano listo para grabar.
En la mencionada red social el perfil oficial de Javier Milei cuenta con 1.4 millones de seguidores y El Peluca Milei, que es una “cuenta fan”, presume 2,3 millones.
(Fotos: Ezra para Distopía)
Sobre el autor
Soy Lautaro Peñaflor Zangara, periodista y comunicador. Nací en Carhué, una ciudad chiquita en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Me gusta mucho leer. Tengo una relación complicada con el café instantáneo. Vivo con dos gatitos: Muna y Timoteo.
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